Relatos cortos Tierra Media

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—¡Los orcos han entrado en la fortaleza! —gritó, antes de que una flecha apagara su voz. Rohan resistía valiente, pero sin esperanza. Entonces, Éomer comenzó a entonar una vieja plegaria. Todos los hombres se unieron. Un rayo de sol atravesó las ruinas desde el este.

Nienna aguardaba al final del camino, cargando serenamente el dolor del mundo. Sus lágrimas plateadas brillaban con la luna. —Adiós, Bilbo, amigo—dijo. Después, con una suave media sonrisa, añadió—: Que este camino termine no significa que la aventura haya concluido.

Al día siguiente, paseó por una Tirion casi vacía. Sus blancos balcones colgaban, silenciosos y solitarios. Se preguntó cuánto era su culpa. Cuánto podría haber evitado. Cuánto había visto antes. Lejos, los Noldor morían cruzando el Helcaraxë. Y Manwë, por fin, lloró.

El aire estaba claro y el sol al este. Desde lo alto del Meneltarma, el niño miraba fijamente al oeste. Al fin, preguntó: —Padre, ¿por qué no podemos ir? Gimilkhâd sonrió complacido. —La inmortalidad no espera tras esas playas. El niño pensó: “Pero quizá sí la gloria”.


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