Capítulo I: Sombras sobre el Norte
Este relato es la adaptación novelada de una partida de rol que estoy jugando con varios amigos. La aventura está inspirada libremente en la campaña El Fantasma de los Bosques, perteneciente al módulo El Fantasma de la Marca del Norte. Todo está desarrollado con el sistema clásico de Rolemaster (principalmente la edición de Joc Internacional), combinado con MERP y diversas expansiones.
El relato se presenta en el blog sin ánimo de lucro, con el único propósito de registrar la partida y compartirla con los amigos y cualquier persona que busque nuevas aventuras en la Tierra Media.
Índice:
(Cada lunes, un nuevo relato hasta la conclusión de la aventura)
Capítulo I: Sombras sobre el Norte (6/1/2025).
Capítulo II: Sombras en el camino (13/1/2025).
Capítulo III: Sombras sobre Nothwa Raglaw (20/1/2025).
Capítulo IV: Sombras sobre Gersebroc (27/1/2025).
Capítulo V: Sombras sobre el bosque (3/2/2025).
Capítulo VI: Sombras sobre la despedida (10/2/2025).
Rivendel
El crepúsculo descendía sobre Rivendel como un manto de plata líquida. Las cascadas entonaban su inmutable canto y la brisa acariciaba las hojas doradas de los árboles más antiguos.
Drotnas se encontraba junto al mirador que se alzaba sobre el Bruinen, inmóvil como una estatua. Los rayos del atardecer jugaban en las filigranas de su armadura ligera, tejida con maestría por manos élficas hacía muchas lunas. Sus ojos, profundos y de un tono azul grisáceo como el acero de Valinor, escudriñaban el horizonte. Había caminado largo tiempo desde Lindon hasta llegar a Rivendel, su lugar de nacimiento, siguiendo un llamado que no había pronunciado voz alguna, pero que resonaba en lo más hondo de su espíritu.
—No hallarás lo que buscas en el río, Drotnas. —La voz surgió desde las sombras de una columna.
Eru Mac, un elfo silvano de los bosques de Lórien, emergió con el sigilo propio de los suyos. Llevaba un manto verde musgo que apenas susurraba al moverse. Sus ojos mezclaban el color del cielo con el del follaje nuevo, y aunque joven para los suyos, cargaba con la ligereza que solo poseen los que aún no han visto los fuegos de muchas batallas.
—Tampoco lo hallaré entre las piedras de Imladris —respondió Drotnas sin apartar la vista—. Pero es mejor esperar aquí que en la espesura, donde las sombras se vuelven demasiado densas para mi gusto.
Eru Mac se encogió de hombros y caminó hasta apoyarse en el muro, contemplando el río bajo ellos.
—Quizás. Pero los bosques siempre han tenido sombras. Es la naturaleza de las cosas.
—No de estas sombras —murmuró Drotnas—. Tú también lo has sentido.
—Lo he sentido —admitió Eru Mac—. Es como un eco en el viento, lejano pero persistente.
Unas botas firmes resonaron sobre la piedra. Lazax, un hombre de Gondor, se acercó por el sendero con la seguridad que otorgan los años de entrenamiento. Su capa oscura estaba ceñida con el broche de la Torre Blanca, y aunque no lucía armadura, su porte era el de un soldado nacido en las tierras donde la guerra nunca descansa del todo.
—No es viento, sino tambores —dijo Lazax, deteniéndose a su lado—. Y cuando los tambores suenan en las fronteras, no tardan en oírse hasta en los valles más escondidos.
Drotnas inclinó la cabeza en señal de reconocimiento.
—Los montaraces necesitan hombres, pero no entiendo qué hace un gondoriano tan lejos de su patria.
Lazax cruzó los brazos, dejando que su mirada viajara al oeste, donde las colinas se teñían de ámbar.
—Porque Gondor no es la única que está en peligro. La sombra no distingue entre reinos. Eriador está demasiado tiempo sin vigilancia. Si caen sus tierras, caerán otras con ellas.
—Sabias palabras para alguien tan joven —comentó Eru Mac con una sonrisa traviesa—. ¿Estás seguro de que no eres un montaraz disfrazado?
—Sólo un soldado. Pero he visto lo suficiente para no esperar a que las cosas lleguen hasta las puertas de Minas Tirith.
El silencio se apoderó del mirador por un momento, interrumpido solo por el fluir del agua.
—Entonces todos estamos aquí por la misma razón —dijo finalmente Drotnas—. Y todos aguardamos las órdenes.
—Elrond no tardará en hablar —intervino Eru Mac—. Pero me pregunto… ¿a dónde nos enviarán primero?
Lazax sonrió de lado, pero no había humor en su expresión.
—A donde la sombra caiga más oscura.
Las últimas luces del día se extinguieron, y con ellas, las primeras estrellas despuntaron en el firmamento. La espera había comenzado.
Órdenes
La sala de piedra donde aguardaban estaba iluminada por la luz trémula de lámparas de aceite. La voz de Ankwin, oficial de los dunedain, resonaba con el peso de la experiencia, pero su tono era bajo, como si temiera que las sombras mismas estuvieran escuchando.
—Nothwa Raglaw. —El montaraz señaló el mapa extendido sobre la mesa. Su dedo recorrió las colinas del norte de Eriador, más allá de las tierras que los elfos de Rivendel patrullaban habitualmente—. Es una región agreste, olvidada por la mayoría… y por buenas razones.
Drotnas cruzó los brazos, su mirada fija en el punto señalado.
—Brujería. Sombras. —Pronunció las palabras con escepticismo—. ¿Desde cuándo prestamos oído a rumores de aldeanos?
Ankwin alzó la vista, sus ojos grises brillaron con una severidad que parecía cortar el aire.
—No son solo rumores. Hace tres noches, encontraron el cuerpo de un cazador cerca de las ruinas del viejo fuerte al pie de las colinas. Estaba frío, pero no por el invierno. Algo drenó su vida de manera antinatural.
El silencio cayó sobre ellos como un manto.
—Además —continuó Ankwin—, dos niños de un pequeño campamento de pastores desaparecieron al caer la noche. Uno de los pastores afirma haber visto figuras moviéndose entre los árboles, aunque no se atrevió a seguirlas.
—¿Orcos? —preguntó Lazax, aunque en su interior sabía que la respuesta no sería tan sencilla.
—No. —Ankwin negó con la cabeza—. Si fuera una partida de orcos, no estaríamos aquí. Los orcos no dejan cuerpos intactos ni se llevan niños sin dejar rastro. Esto es otra cosa.
Eru Mac, que había permanecido en silencio hasta ese momento, inclinó la cabeza hacia un lado, pensativo.
—Se habla de espectros en esas tierras. Viejas historias sobre antiguos males que no descansan.
—Las historias importan poco ahora. —Ankwin se apoyó sobre la mesa, acercándose a los tres—. Se os envía allí no como soldados, sino como ojos y oídos. Debéis observar y regresar con información.
—¿Y nuestro enlace? —preguntó Lazax.
—Arthwan. Es un viejo conocido de los montaraces, conoce bien las colinas y los senderos ocultos. Lo encontraréis en la posada de la ciudad. Confiad en él, pero no esperéis que os guíe con suavidad.
—¿Qué sabemos de él? —preguntó Drotnas.
Ankwin se permitió una leve sonrisa.
—Sabemos que aún sigue vivo, lo cual ya es mucho en esos parajes.
Lazax tomó el mapa y lo enrolló cuidadosamente.
—Partiremos al amanecer.
—No os demoréis —advirtió Ankwin mientras se enderezaba—. Las sombras crecen rápido en el norte.
Al abandonar la sala, la sensación de inquietud permanecía con ellos. El eco de las palabras de Ankwin resonaba en sus mentes. Fuera lo que fuese lo que les esperaba en Nothwa Raglaw, no sería un simple rumor.
La partida
El amanecer encontró a Drotnas, Eru Mac y Lazax junto a los puertas de Rivendel. El cielo se teñía de un gris pálido cuando Ankwin se despidió de ellos con una advertencia final.
—Mantened los ojos abiertos y las manos cerca de vuestras armas. Las tierras que cruzaréis no han visto guerra en años, pero eso no significa que estén vacías.
Drotnas asintió, ajustando la correa de su carcaj.
—Lo sabemos.
Lazax guardó con cuidado una pequeña tela con unas runas inscritas y los pequeños frascos que había adquirido en el mercado de Rivendel. El mercader, un elfo de aspecto envejecido, no había hecho preguntas cuando hizo la venta, pero sus ojos revelaban cierta curiosidad. Perfumes y olores raros no eran artículos comunes para quienes se dirigían a las tierras salvajes.
—¿Crees que esos frascos te serán útiles? —preguntó Eru Mac mientras observaba a Lazax guardar el último de ellos.
El gondoriano sonrió con calma.
—Soy un ilusionista. Este arte depende de los sentidos. La vista puede engañar, pero el olfato da credibilidad. Un simple destello de luz puede convertirse en una fogata convincente si huele a humo.
Eru Mac arqueó una ceja, divertido.
—Y el perfume, ¿para qué es? ¿Para embaucar a espectros?
—Nunca se sabe. —Lazax guardó su último frasco—. A veces, incluso las sombras pueden confundirse por un instante si el engaño es lo suficientemente bueno.
El Camino Elegido
El grupo había discutido su ruta durante la cena de la noche anterior.
—El bosque de los trolls es el camino más rápido —había dicho Eru Mac, jugueteando con una ramita entre los dedos—. Pero no me hace gracia recorrerlo sin conocerlo bien.
Drotnas había rechazado la idea casi de inmediato.
—No vamos a exponernos a esas criaturas en su propio terreno.
—Entonces las montañas nubladas —propuso Lazax—. Es más largo, pero seguro.
—Demasiado largo —intervino Eru Mac—. Además, podría haber nieve en los pasos altos.
Finalmente, la decisión fue clara.
—Iremos por el Último Puente —dijo Drotnas—. Rodearemos el bosque y seguiremos el borde del río hacia el norte. No es el camino más corto, pero tampoco el más largo. Y es suficientemente seguro.
La decisión pesaba sobre ellos mientras avanzaban hacia el oeste.
El primer ataque
La luna colgaba sobre el horizonte como una lámpara velada cuando acamparon en los linderos del Bosque de los Trolls. La noche era densa, y aunque las hojas no susurraban, el aire parecía cargado de presagios.
—Mantendremos guardias rotativas —dijo Lazax mientras alimentaba el fuego con ramas secas—. Estas tierras están demasiado cerca del bosque como para dormir con los ojos cerrados.
Drotnas, que se encontraba de pie afilando la hoja de su daga, asintió.
—Yo tomaré la primera.
Eru Mac se encogió de hombros mientras se recostaba bajo su capa.
—No sé qué es peor. Los trolls o tu insistencia en mantenerte despierto toda la noche.
Drotnas no respondió. El elfo Noldor miró al bosque, sus ojos afilados escrutando cada sombra. El viento sopló entre los árboles, pero algo más se movía con él.
No pasó mucho tiempo antes de que percibiera el cambio. El susurro de hojas se tornó en crujidos ligeros, pasos furtivos sobre la hierba. Se volvió con rapidez, pero fue demasiado tarde.
Desde la oscuridad, un gato salvaje de gran tamaño emergió con un rugido sordo. Sus ojos eran dos esferas brillantes, y su pelaje oscuro lo hacía indistinguible del entorno.
Drotnas se apartó, pero las garras del animal desgarraron su costado. El elfo retrocedió con un silbido de dolor, desenvainando su espada con reflejos rápidos. El gato giró para atacar de nuevo, pero esta vez la hoja de Drotnas halló su marca. El acero se hundió en la pata del animal. El felino gruñó y, tras un instante de duda, desapareció de nuevo en las sombras.
El sonido despertó a los demás. Lazax se acercó de inmediato, arma en mano.
—¿Qué ha sido eso?
—Un cazador nocturno —murmuró Drotnas, apretando una mano contra la herida que sangraba levemente—. Nada más.
Eru Mac se acercó con un frasco de hierbas.
—Déjame ver.
—No es grave. —Drotnas apartó la mano de mala gana.
—¿No? —Eru Mac frunció el ceño—. Si no te preocupa la herida, piensa en la infección.
Mientras Eru Mac aplicaba un ungüento, Lazax observó el bosque con el ceño fruncido.
—Si los animales andan inquietos, es porque algo los está perturbando.
El Último Puente
Llegaron al Último Puente al atardecer del día siguiente. El lugar estaba silencioso, pero una inquietud flotaba en el aire. Acamparon en una pequeña arboleda cercana, lo suficientemente alejada para no ser vistos desde el camino.
La noche cayó, y con ella llegaron los sonidos.
Drotnas, aún herido pero alerta, fue el primero en oírlo. Voces roncas y el chasquido de botas sobre piedras.
—Lazax. —El elfo apenas susurró el nombre.
El gondoriano se deslizó junto a él y ambos miraron en dirección al puente. En la penumbra, figuras oscurecidas por capas y armaduras desgastadas cruzaban de un lado a otro. No eran hombres. Eran orcos.
Eru Mac se les unió, agachándose tras un matorral.
—¿Orcos tan al sur?
—No están de caza. —Drotnas señaló discretamente—. Llevan sacos, parecen bultos pesados.
—¿Mercancía? —susurró Lazax.
—Quizá armas o provisiones robadas —dijo Drotnas—. Pero es extraño. No parecen una simple patrulla.
Los orcos no permanecieron mucho tiempo. Tras cruzar el puente, se adentraron en el bosque, perdiéndose de vista.
—Deberíamos seguirlos —propuso Eru Mac.
—¿Seguir a un grupo de orcos en la oscuridad? —Lazax negó con la cabeza—. No somos tan imprudentes.
—Entonces, ¿qué hacemos?
Drotnas se levantó lentamente, observando el sendero donde las sombras de los orcos se habían desvanecido.
—Partimos al amanecer. No quiero estar aquí cuando regresen.
Pensamientos en el río
El amanecer llegó rápido y certero como una flecha sobre el horizonte.
—Desde aquí seguiremos río arriba —dijo Lazax—. Será más lento, pero evitaremos los densos bosques donde las sombras se ocultan.
—No me gustan los ríos —comentó Eru Mac—. Demasiado abiertos. Prefiero los árboles sobre mi cabeza.
Drotnas sonrió levemente.
—Tú naciste entre las ramas. Yo crecí bajo el cielo. Aprenderemos del camino.
Mientras descansaban junto al agua, Lazax retiró uno de los frascos de su bolsa. Lo destapó brevemente para olerlo, dejando escapar un aroma leve a cuero húmedo y hierba recién cortada.
—¿Alguna vez pensaste que acabarías viajando al norte, elfo? —preguntó Lazax, mirando a Drotnas.
El Noldor mantuvo su vista en las montañas lejanas.
—Pensé que mis días de batalla habían terminado, incluso pensé en viajar al oeste, por el camino recto, y reunirme con mis hermanos. Pero la oscuridad regresa, y con ella, los antiguos deberes.
—Entonces tal vez todos estamos aquí por el mismo motivo —dijo Eru Mac en voz baja—. Porque ninguno de nosotros puede ignorar lo que viene.
El viento trajo consigo un susurro de hojas. La senda se perdía entre colinas grises y el río serpenteaba hacia el norte, hacia Nothwa Raglaw. Las sombras aún eran distantes, pero no por mucho tiempo.
Disclaimer:
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